Por: Lic. Marta Roca Rodríguez
El pasado 2 de marzo se cumplió el 50 aniversario de la desaparición física de Antonio Palacios Espejo, una de las personalidades artísticas más destacadas de San Miguel del Padrón y el Museo Municipal le rinde merecido homenaje exhibiendo piezas de su colección relacionadas con este multifacético artista que nació el 18 de julio de 1890 en Granada, España.
Palacios debutó en 1908 en Madrid y desde entonces comenzó una fructífera carrera que lo llevó a la fama por la calidad de su trabajo en toda Iberoamérica, llegó a Cuba por primera vez en 1912 procedente de una gira por México y debutó en el teatro Payret, pero aún estaba muy lejos de imaginar que esta tierra cubana influiría tanto en su carrera artística. En 1923 obtuvo la fama con el personaje Cardona de Doña Francisquita, estrenada el 23 de enero de 1925 en el teatro Martí con gran éxito que consagró su reputación como actor y cantante. En ese año también se inició en el cine e intervino en más de 30 películas españolas y mexicanas en las que actuó con reconocidas figuras.
Radicado en Cuba a partir de 1940, trabajó en varias emisoras de radio siendo fundador de algunas de ellas. En esta década logró rescatar e impulsar el género lírico en nuestro país e hizo debutar a importantes figuras como Rosita Fornés y Esther Borja, lo cual le daría su consagración como artista y director de compañías. De esta época son los estrenos de Luisa Fernanda, El asombro de Damasco y otras que fueron presentadas en los teatros Martí, Payret, Principal de la Comedia y Campoamor, escenarios donde trabajó este singular actor. El surgimiento de la televisión en Cuba en la década del 50, de la cual fue fundador, hizo que se alejara del teatro. En este medio tuvo mucho éxito como escritor y productor de programas, además fue locutor, guionista, director y actor, trabajo que compartió con la radio recibiendo muchos reconocimientos por su desempeño y contribución al desarrollo del arte y la cultura nacional.
En 1958 se estableció en el reparto Monterrey donde compró un terreno con la venta de su libro autobiográfico Tres Actos. Allí construyó una casa donde vivió sus últimos años de vida. En este lugar desarrolló una hermosa labor comunitaria, trasmitiendo sus conocimientos y experiencias acumuladas durante la Guerra Civil Española a niños y jóvenes amantes del teatro, siendo fundador del movimiento de artistas aficionados para la formación de nuevos talentos. Su última actuación fue pocas semanas antes de dejar de existir cantando La Verbena de la Paloma en un programa de televisión.
En su última voluntad expresó: Que sobre mi féretro coloquen una bandera cubana y otra de España Republicana y al despedirse agregó: Mi cuerpo en Cuba, mi alma en España.