Género cantable y bailable, nacido de la vertiente afro-española, muy transculturado con gran influencia de raíz afro. Muy extendido entre la población de los barrios de los Sitios y Dragones. Tuvo su origen en el marco urbano donde abundaba la población negra humilde (cuartería, solares) y en el semi-rural, alrededor de los ingenios azucareros.
Se interpreta percutiendo tambores (tumba, llamador y quinto) o simplemente maderas (cajón de bacalao, cajitas de velas), acompañados por claves y, a veces, cucharas. Fiesta colectiva. El aporte africano se acentúa en el ritmo. Carece de elementos rituales, es música complemente profana.
Dicen los que saben que se hace con un cajón, unas cucharas y botellas, otros aseguran que es autentica la que se hace con tumbadora, cencerros y claves o caja china y los cubanísimos timbales.
“Toda rumba tiene una primera parte de canto, de carácter expresivo, una parte en que entra el coro y, al mismo tiempo, se rompe la rumba con la salida, al ruedo de espectadores-integrantes, de una pareja o de un hombre sólo”.
Los musicólogos destacan la estructura de la rumba, compuesta por períodos de ocho compases, repetidos indefinidamente, dos por cuatro y con la voz de un cantante, que protagoniza la estructura.
La rumba de verdad se hace con un cajón, unas cucharas y botellas. Eso se dice; pero otros aseguran que en realidad es tan auténtica aquella rumba que se toca con tumbadoras, cencerros y claves —o caja china—, y los cubanísimos timbales —o bongoes. Sucedía que en los barrios humildes no todos tenían posibilidad económicas de comprase «las congas», que era el nombre con que se comenzaron a conocer las tumbadores.
Un cajón cualquiera siempre estaba a mano, la rumba se hacía posible en cualquier momento y lugar. Lo que sí parece real es la inevitable presencia de los bongoes, cada vez que se intente sonar de verdad una buena rumba.
Es clásico —y también espectacular, por qué no— el hecho de la peculiar forma de hacer coincidir los movimientos del bailador con los rompimientos o toques de transición en el ritmo —break, en el argot de algunos percusionistas—, momento que hace del todo una suerte de deleite visual además del auditivo.
Muchos recuerdan todavía a la actriz Berta Singerman, quien realizara memorables declamaciones de textos de poetas como Emilio Ballagas o Nicolás Guillén, en interpretaciones hechas en los mejores escenarios posibles.
Referencia bibliográfica:
Orobio, Elio: Diccionario de música cubana, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1981.
Fondos de Patrimonio Intangible e Historia Local del Museo Municipal de Centro Habana.